Bob Dylan, en su casa de Woodstock a finales de los sesenta. / columbia records
Al
fondo de un altillo en el dormitorio del piso bajo del número 124 Oeste
de la calle Houston en Nueva York. Allí, en un rincón, encontró el último dueño del edificio, tras la muerte de su hermana, la casera original, dos cajas de cartón en las que se leía: Old Records (Discos viejos). Las abrió y se encontró con una enorme colección de discos, algunos con el nombre de Bob Dylan en su sobre, la dirección de su sello discográfico, Columbia Records,
y el título de la canción. No sabía qué eran, sólo que serían
importantes porque recordaba que su hermana le había alquilado aquel
espacio al cantante a finales de los años sesenta.
Eran
149 discos de acetato. Ensayos y pruebas que Dylan hizo entre finales
de los sesenta y principios de los setenta para sus álbumes Nashville skyline (1969), Self portrait (1970) y New morning
(1970) y que nunca habían salido de esas cajas. Hasta ahora. “Es
definitivamente uno de los hallazgos más importantes de mi carrera”,
dice desde Los Ángeles por teléfono, Jeff Gold, exvicepresidente de Warner Bros. Records, reconocido coleccionista musical fundador de Recordmecca y experto en Bob Dylan.
A
él fue a quien llamó el dueño del edificio cuando se dio cuenta del
valor de lo que tenía entre manos. “Le llevó mucho tiempo descubrir qué
eran”, explica Gold, negándose a dar el nombre del dueño. “Los acetatos
llevan unas muescas en un lado, son más pesados de lo normal y no llevan
cubierta. No sabía si eran todos de Dylan. Sólo que serían piezas de
colección”.
Uno de los 149 acetatos, con anotaciones de puño y letra de Bob Dylan.
Después
de algunas charlas telefónicas, Gold voló a Nueva York para verlos él
mismo. “Cuando abrí las cajas y eché un vistazo, me volví loco.
Efectivamente eran todos discos de Dylan, en excelentes condiciones y
muchos de ellos tenían notas escritas a mano en sus sobres”. Aunque no
pudo escucharlos en en ese viaje (porque se necesita un equipo especial
para unos discos tan delicados), no se lo pensó dos veces y le ofreció
al descubridor el doble de dinero de lo que había imaginado. ¿Cuánto? No
quiere dar una cifra ni aproximada. “Para mí no es una cuestión de
dinero: esto es historia. Lo importante es descubrir cómo Dylan
trabajaba en sus discos en aquella época”.
Cuando abrí las cajas, me volví loco”, dice el coleccionista Jeff Gold
A principios de los años sesenta, Bob Dylan llegó a Nueva York atraído por el revival folk
que se vivía en el barrio de Greenwich Village. Todo cambió por
completo cuando aterrizó Dylan, el de la voz más ronca de todos los que
allí tocaban en cafés y plazas. Lo hizo mejor que nadie y, tras publicar
sus primeros álbumes, se alquiló un piso en la calle MacDougal y un
bajo, a dos manzanas, en el 124 Oeste de la calle Houston, que usaba
como estudio de grabación. En este estudio componía, grababa estos
acetatos, propiedad de Jeff Gold ahora, y se los mandaba a su productor
Bob Johnston, que vivía en Nashville. Johnston hacía la mezcla y se los
mandaba de vuelta con anotaciones. Esas anotaciones que ahora se leen en
las carátulas encontradas. “Le mandé algunas fotos de los acetatos para
ver si eran suyas y me confirmó que era su letra. Otras eran de Dylan”,
continúa. “Era la forma de tener controlado al músico en la distancia. Y
demuestra lo mucho que le llevaba a Dylan refinar sus canciones”.
El 124 Oeste de la calle Houston en Nueva York que escondía el tesoro de las grabaciones de Dylan.
Como
reconocido experto y coleccionista del cantante de Minnesota, Jeff Gold
mantiene una buena relación con su equipo. Tras pasar tres meses, con
ayuda de amigos, “transfiriendo a digital, catalogando y fotografiando
todos los acetatos”, les llamó para ofrecerles copias de todo lo que
tenía. “Y me lo agradecieron mucho. Es probable que Columbia Records
tenga los master de todos estos temas en sus archivos, pero quizá no de algunas mezclas específicas”.
La
mayoría de los discos contienen versiones inéditas de canciones que
luego publicaría en sus tres álbumes consecutivos. “En algunos casos son
desconocidas”, dice Gold. “Nunca había escuchado antes las versiones
que hizo de los temas de Johnny Cash, Folsom prison blues y Ring of fire; ni la versión gospel que hizo de Tomorrow is a long time, grabada pero nunca publicada en el álbum New Morning”.
Nunca había escuchado su versión de ‘Ring of fire’, de Cash”
Esos
discos son algunos de los que se quedará Gold, quien considera este
descubrimiento como uno de los dos hitos en su carrera de coleccionista y
fan de Dylan. “El otro fue cuando encontré en 2010 una cinta de un
concierto suyo en la universidad Brandeis en 1963. Se la vendí a la
oficina de Dylan y lo publicaron como un álbum en directo. Y sí, me
quedo los mejores y los más interesantes”, dice emocionado. El resto los
ha empezado a poner ya a la venta a través de su web, Recordmecca, a un
precio que va desde los 1.800 euros a más de 5.000.
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