24 junho, 2013

Maracaná, del éxtasis a la decepción

Era junio de 1950 y en España se hablaba mucho de Maracaná. Maracaná, ya lo saben, era el estadio monumental de Río de Janeiro, estrenado justo unos días antes para ser el escenario principal del Mundial de Brasil. Emblema del país igualmente. Un estadio cuya capacidad duplicaba en la práctica a los mayores de la época, un colosal alarde de ingeniería: 464.650 toneladas de cemento, 1.275 metros cúbicos de arena, 3.933 metros cúbicos de piedra, 10.597 toneladas de hierro, 55.250 metros cúbicos de madera. Y 50.000 metros cúbicos de tierra removidos en su construcción. Eso costó crear aquel fabuloso estadio, hoy sustituido por uno mejor, más nuevo y también grandioso, pero que no ensombrece el impacto que produjo en su día aquel coloso. Allí jugó España tres únicas veces, todas en el Mundial. Con suerte desigual.
Fuimos allí tras eliminar, ida y vuelta, a Portugal (5-1 y 2-2). Con la posguerra a cuestas, era nuestra primera puesta en escena ante la comunidad internacional. Convenía quedar bien. Aquello se montó a conciencia, con una primera excursión a México, mientras aún se jugaba la copa, con un equipo de jugadores que ya hubieran sido eliminados en ella, y luego, ya en España, con dos partidos ante el Hungaria, aquel equipo de exiliados que entrenaba Daucik y en el que deslumbraba Kubala. Finalmente, Guillermo Eizaguirre, portero del Sevilla antes de la guerra célebre por sus extravagantes jerséis (y por su categoría, si jugó poco en la selección fue porque tuvo a Zamora por delante), dio la lista de convocados. Con poca polémica, salvo la ausencia de Arza. Además de seleccionador había entrenador. En la época, esos puestos estaban separados. Era Benito Díaz, diminuto y astuto donostiarra que durante la guerra había trabado conocimiento en el Girondins de Burdeos con la WM, la táctica triunfante del momento, y que en España tardó en entrar.
El viaje fue de aúpa: Madrid-Lisboa-Dakar-Recife-Río de Janeiro. Treinta horas. Y en dos aviones: en uno, los directivos, el seleccionador, Ignacio Eizaguirre y Gonzalvo II. En el otro, Benito Díaz y los demás jugadores. Nos esperaba un grupo con Estados Unidos, Chile, ¡e Inglaterra! Hago énfasis en Inglaterra porque era la primera vez que los inventores se dignaban a jugar un Mundial. Antes de eso, habían mirado el fútbol del resto del planeta por encima del hombro. Su prestigio aún era enorme. Y camino del Mundial habían ganado 0-4 en Italia y 0-10 en Portugal. ¡Caramba!
Empezamos en Curitiba con un fatigoso 3-1 ante Estados Unidos. Marcaron primero los americanos, en fallo de Eizaguirre, que el resto del partido jugaría inseguro. A nueve minutos del final aún perdíamos, con todo el país pegado a la radio y comiéndose las uñas. De golpe, la familiar voz de Matías Prats nos cantó en catarata goles de Igoa, Basora y Zarra (Matías seseaba, no podía decir Zarra, usaba la efe para ese sonido, pero nadie lo detectaba). “¡Gol de Farra…!”. Y 3-1.
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Ramallets hace una parada contra Brasil en Maracaná en 1950, partido que España perdió por 6-1. diario as
El segundo, ante Chile, es nuestro estreno en Maracaná. Vestimos de azul y sin escudo, camisetas prestadas, me figuro, aunque nunca se confesó la imprevisión de viajar sin una segunda equipación en condiciones. Sorpresa: sale Ramallets en la portería. Ramallets había sido suplente en el Barça hasta la lesión de Velasco en un ojo. Se incorporó a última hora a la selección, en principio como tercero. Llevaba sólo 16 partidos jugados en el Barça. Pero el gran Ignacio Eizaguirre, que a su vez había tenido repartida la titularidad en el Valencia con Pérez, acusaba los años. Acuña, ídolo del Depor, llegó en peor forma que el prometedor Ramallets. El partido confirmó que la elección había sido buena: paró todo lo que le mandó Chile, que fue bastante. Marcaron Basora y Zarra. La voz de Matías Prats se hacía más y más popular. Era el único nexo en directo entre el país y sus héroes de Brasil.
De nuevo Maracaná, ahora contra Inglaterra que, ¡sorpresa! había perdido en la segunda jornada 1-0 ante EEUU. Pero aquello incluso escamó más. Un exceso de confianza, un rejón que les obligaba a un gran resultado ante España… Si contra Chile jugamos ante unos 40.000 espectadores, frente a los inventores jugamos ante más de 150.000. ¡Jamás, ni antes ni después, España jugó con tanto público! Y ganamos, sí, ganamos con aquel gol de Zarra: Gabriel Alonso, lateral derecho, corta un avance de Finney, progresa por la banda y pasado el medio campo cruza un balón largo y oblicuo que el extremo izquierda, Gainza, alcanza a cabecear, ya en el área, hacia el centro; el balón pasa ante Igoa, le cae en jurisdicción a Zarra un instante antes de que el meta Williams llegue, el gran delantero vasco mete el pie con decisión y… “¡Gooool! ¡Goooooool de Farra!”. El entusiasmo desborda a España y produce un estrambote muy comentado cuando, al final del partido, Matías Prats entrevista a Muñoz Calero, presidente de la Federación. Tras las preguntas de rigor, Matías Prats le dice:
—¿Quiere aprovechar la ocasión para enviar un mensaje al Caudillo, que estará tan feliz como el resto de los españoles?
—Sí: ¡Excelencia, hoy todos los españoles estamos orgullosos porque hemos vencido a la Pérfida Albión!
Hubo protesta diplomática y, a medio plazo, eso le costaría el puesto. Pero tanto daba. Aquello, en cierto modo, había sido nuestro Maracanazo.
Aquel éxtasis dio paso a días menos felices. Campeones de grupo, quedamos clasificados para la liguilla final, con Uruguay, Brasil y Suecia. Liga a puntos, sin final propiamente dicha, aunque en la práctica el Brasil-Uruguay valiera como tal. Empezamos en São Paulo, contra Uruguay. Ganábamos 2-1 a 18 minutos del final cuando en un tiro lejano de Obdulio Varela, Ramallets cometió su primer fallo del campeonato. El partido acabó 2-2. Los uruguayos se abrazaban, tanta importancia le daban a habernos empatado. Muchos años después, en el casino de Sueca, Puchades aún recordaba esa escena: “¡Nosotros tristes y ellos abrazándose! Pensábamos. ¿Cómo puede ser? Y era la fe que se tenían. Luego lo entendimos…”.
Segundo partido de la liguilla, tercero nuestro en Maracaná. Ante Brasil. Ahí llega la debacle. Brasil nos barre hasta ganarnos 6-1, y el nuestro, de Igoa, llegó cuando ya estaban los seis de Brasil en el marcador. Ramallets flojeó en los dos primeros, pero luego salvó muchos más. Puchades se sintió mareado por el juego de los dos medios, Bauer y Danilo, a los que apoyaba el lateral izquierdo Bigode.
—Ni la vimos.
Aquella fue nuestra última experiencia en Maracaná hasta la Concacaf de estos días, en el escenario recreado. El último partido, contra Suecia, ya fue en São Paulo, jugaron los no habituales y perdimos 3-1. Quedamos cuartos, un buen resultado si nos lo hubieran dicho antes de ir, una decepción tras las expectativas que creó la victoria sobre los ingleses. Ganó Uruguay, con el célebre y genuino Maracanazo.
Al menos, Puchades, entró en el once ideal del torneo. Fallecido hace pocas semanas, fue un medio completo, de gran despliegue físico y colocación estupenda. Y viajó con un privilegio: llevar paella enlatada para todos los días de estancia allí. “Yo comía paella todos los días, si un día no la comía se me desarreglaba la tripa. Así que discutí mucho con el médico, pero tragó. Porque si no, hubiera sido capaz de no ir”.
No puedo ni imaginarme cómo serían aquellas paellas enlatadas del año cincuenta, pero a él le funcionaron. Quizá si todos hubieran comido esas paellas de lata…
Por:  23 de junio de 2013

 
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